lunes, 9 de junio de 2008

Nació entre yeguas, cabras y ovejas. Su madre no tuvo asistencia médica y, mucho menos conoció el significado de 'la epidural'. Fue hace ya 28 años, cerca del gran monasterio de Erdene, en el centro oeste de Mongolia. Ahora, casi nada ha cambiado en el interior de las yurtas que salpican el horizonte de la estepa, pero la vida de Anar Chack poco tiene que ver con la de sus progenitores. Después de catorce años sin ningún contacto con el mundo exterior, sin televisión o radio, sin conocimiento de la vida urbana, y con una vida social cercana a cero, sus padres la enviaron a Ulan Bator a cursar la educación secundaria.
«Fue una gran pelea entre mi padre, que no quería siquiera que pisara la ciudad, y mi madre, que ya preveía el colapso de la vida rural», comenta la joven. Ahora, le está eternamente agradecida. «El nomadismo está condenado al fracaso, aunque quizá sea una vida más sencilla y natural, y sobre todo más humana, en el buen sentido de la palabra. Creo que somos egoístas por naturaleza, y una vez entramos en contacto con lo material, con el consumismo, es imposible volver atrás. Y como no todos conseguimos nuestros objetivos, también cunde la sensación de fracaso».
Después de graduarse en Económicas, Chack viajó a Pekín. «Allí recibí una acelerada clase de capitalismo, mucho más feroz que el implantado en Mongolia tras la caída de la URSS». En un arrebato de nacionalismo, se tatuó el escudo nacional en el brazo, y regresó a Ulan Bator con la promesa de abandonar la yurta que compartía con otras dos recién graduadas, que le hacía sentirse «como una nómada fuera de lugar», y hacerse con un piso. Tres meses después encontró trabajo como consultora en una empresa extranjera dedicada a la minería que, como ella misma reconoce, «explota los recursos de Mongolia, y a sus empleados, y no deja ningún tipo de riqueza, salvo en los bolsillos de los oficiales corruptos».
Gozar del asfalto
Pero con su salario, consiguió convencer a sus padres, que a sus más de cincuenta años ya sufren los rigores de una vida sometida a la dureza de una naturaleza extrema, de que vendieran el rebaño y se asentaran con ella. «Mi padre no ha vuelto a ser el mismo. Se ha convertido en el ejemplo de la descomposición social de Mongolia. Bebe demasiado y pega a mi madre. Hecha de menos el campo abierto, y se pasa el día quejándose de la ciudad». Anar Chack, sin embargo, ha aprendido a disfrutar del asfalto.
Disfruta la noche en discotecas acompañada de sus amigas, mantiene relaciones sexuales con diferentes hombres, «algo impensable en la estepa, donde no existe el concepto de intimidad», y vive la vida todo lo rápido que puede. «Porque en Mongolia, nunca se sabe cuando se va a desmoronar definitivamente el país».

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